miércoles, 30 de noviembre de 2011

De la infancia a Eros

La felicidad de la niñez es intensa, plena, inconsciente, misteriosa, como un poema de amor feliz, una hoguera que, si ardió bien, nos acompaña viva en el corazón hasta la muerte, donde aflora.

Muchas veces me pregunto qué fue lo que acabó con ella y, entonces, surge en mi recuerdo como respuesta la irrupción de lo sexual en mi niñez. Eros es la manzana prohibida que a la entrada de un bosque oscuro tuvimos que morder para que abandonáramos el jardín de aquella dichosa “fábula de fuentes”.

Los amigos de mi pandilla, más adelantaíllos que yo, comenzaron,a interesarse por las niñas no para jugar al mate o al pilla pilla, sino para jugar a los médicos. Me di cuenta el día en que vinieron las Pepis al pasaje donde nosotros jugábamos. Mi recuerdo las hace trillizas, porque eran igual de altas, de nuestra edad, tirando a rubias y poco agraciadas y, según me dijeron, muy “putas”, cosa que, por lo visto, significaba que, a diferencia de nuestras amigas, se dejaban tocar por todos los niños. Las recuerdo allí, en medio de nosotros, sonriéndonos mientras las mirábamos con curiosidad. Se sentían deseadas, valoradas, pero eran solo fáciles. Y los cuatro o cinco más audaces o con más ganas se metieron con ellas en un local abandonado y oscuro del pasaje.

Desde entonces Eros se adueñó de casi todos los amigos del pasaje, menos de mí y de dos o tres más, que aún éramos impúberes. Del blanco pasaron al rojo. Ya no les interesaba bajar a jugar a lo de siempre, sino que ahora les gustaba jugar a las prendecitas, para tontear con las niñas, a un juego que se llamaba “atrevimiento, beso, verdad” y, sobre todo, a pedirnos el tocadiscos portátil de mi casa para bailar música lenta con las niñas en el pasaje. Ya no eran niños libres y despreocupados, sino adolescentes que se enamoraban, sentían la soledad del cuerpo y la necesidad de la unión, reían por enamoriscamientos y lloraban por desenamoramientos. La edad del juego feliz había terminado.

Eros fue una gran ganancia que me hace tocar las estrellas. Pero también fue una gran pérdida, porque antes de él no las tocaba: las tenía todas en el bolsillo.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Un jamacuco y unos guantazos bien dados

Tres jamacucos he tenido en mi vida. Los dos primeros en ayunas y el tercero fue el lunes pasado.

Resulta que, a eso de las ocho de la tarde, merendé un plátano y me fui en bici al curro. Y mientras hablaba con unos compañeros en la puerta del insti, empecé a marearme. Y para disimular les dije que tenía que hacer unas cosas y, dando tumbos, me dirigí a la sala de profesores. Lo último que recuerdo es que me senté en un sillón.

Durante el medio minuto de inconsciencia tuve un sueño opresivo que es difícil poner en palabras porque se trataba más de un sentimiento que de unos hechos. Yo quería escribir algo muy importante de lo que dependía algo más importante todavía, no sé si mi vida o mi salvación o el gran libro de mi vida, pero no encontraba las palabras no ya para escribirlo, sino para expresar qué es lo que en concreto quería hacer. El mundo a mi alrededor era pastoso, negro, pesado y me iba cercando con asfixia y oscuridad. Por un momento pensé que me estaba muriendo. Si la muerte o el Alzheimer o estar en coma es esa angustia de querer comunicarse con el mundo y no poder, me propongo desde hoy rescatar con amor y luz, en lo que pueda, a los que se encuentren en ese pozo.

Me despertaron a guantazos y yo no recordaba dónde estaba y sentía un malestar insoportable que no era dolor concreto alguno, pero que era peor que un dolor. Mis compañeros se portaron como quienes eran: compañeros y amigos, solícitos, amables, sin presionar ni asustar. Me dieron un caramelo, una coca cola y palabras de aliento. Gracias de todo corazón. Y gracias a mis alumnos, que se han mostrado muy preocupados por mí.

Y, sobre todo, gracias, compañero Fernando, por los guantazos. Los mejores que me han dado en mi vida.

La doctora me hizo el jueves pasado todo tipo de pruebas. No tengo la tensión alta ni problemas de corazón. Me preguntó con insistencia si tomaba drogas o sustancias con hormonas (me debió de ver cara de drogata compulsivo). Yo le dije que era adicto al amor y a la poesía. Y ella me dijo que muy bien, pero que sin estrés. Y me ha mandado un análisis de sangre que tengo que llevar al neurólogo, para descartar la posibilidad de una epilepsia.

Por las tardes seguiré yendo al insti en bici, pero, en vez de merendarme un plátano, me meteré entre pecho y espalda un bocata de jamón serrano.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Aforismos XXX y natalicio XLIV

1. En algunos trabajos ser honrado es ser heroico.

2. Has recibido regalos grandes y altos. Da, pues, gracias a lo grande y a lo alto.

3. La verdad es demasiado hermosa como para que la sueltes con palabrotas.

4. La verdad, si no se suelta con una palabrota, parece una opinión más. O bien, una opinión más, si se suelta con dos o tres palabrotas, parece una verdad.

5. Sin propiedad privada hay pocas cosas con las que ser generoso.

6. Salvo en la buena poesía, no vale la redundancia.

7. Cuando Dios llueve, arde más el infierno.

8. Sobre mi cabeza, las estrellas; a mis pies, las flores.

9. Cavar es duro, pero más duro es no poder cavar.

10. Engendrar no es condenar a un vivo a la muerte, sino salvarnos a todos de la nada. Yo, de hecho, estoy muy contento de que, al engendrarme, me hayan condenado a muerte. Hoy se cumplen cuarenta y cuatro años desde el día en que me dieron a luz y, aunque estoy más cerca de la muerte que antes, estoy también mucho más lejos de la nada.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La importancia de tu nombre

             Menos mal que no somos avutardas o chimpancés, porque entonces no tendríamos el maravilloso don de dar nombre a las cosas, ¡con lo que a mí me gusta saber el nombre de las cosas!

            Cuantos más nombres conocemos, más cosas podemos nombrar.

            Y eso nos otorga un gran poder, porque nombrar la cosa es muchísimo más que saber que existe; es casi tenerla en las manos, estar más cerca de ella, poseerla en la mente. Si te encanta una melodía pero no sabes el título ni el autor, no te la puedes descargar en la Red.

            ¿Y qué decir de nombrar a las personas?

            Voy por la calle y, de repente, oigo mi nombre y, como si me hubieran pulsado un botón, me detengo y me vuelvo en busca de la voz que ha dicho algo tan mío, algo que siempre he oído decir a mis padres y a mis hermanos y a mis amigos con una sonrisa y muchísimo cariño. De repente también, ya no soy en la calle uno más, un desconocido. Hay alguien que me reconoce. En sus labios mi nombre surte el efecto mágico de detenerme para reconocerlo también a él y saludarlo.

            Si en vez de mi nombre una voz me gritara “¡Eeeeeh!” o “¡Sssst!” o cualquiera de esos ruidos con que se llama a las cabras, yo no me detendría, porque, por fortuna, no soy una cabra. Pero si dicen mi nombre, ah, entonces la cosa cambia y me siento predispuesto a sonreír a quien me llama.

            No es lo mismo decir “Lee esto” que decir “Pedro, lee esto”. Como Pedro está acostumbrado a que digan su nombre sus seres queridos y normalmente para cosas agradables, se sentirá más dispuesto a leer lo que le ofrezco.

            Por eso, te aconsejo aprenderte el nombre del profesor, del compañero de pupitre, del vecino, del quiosquero... Dejarás de ser anónimo para ellos y ellos dejarán de ser anónimos para ti.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Cristianofobia

No puedo quitarme de la cabeza a Ayman Nabil Labib, un estudiante copto de diecisiete años a quien por instigación de su profesor sus compañeros lincharon porque se negó a quitarse el crucifijo. Ayman huyó a los lavabos y allí lo acabaron de rematar. El director del instituto se desentiende del asunto. El gobierno también.

Yo siento una gran simpatía por los cristianos coptos de Egitpo, una minoría milenaria y perseguida ante la pasividad de esta Europa nuestra enferma con más miedo que vergüenza.

Ayer mismo me dijo Patricio, mi nigeriano del semáforo, que había huido de Nigeria porque los musulmanes habían degollado a su padre. A los cristianos fugitivos debería otorgárseles asilo en toda regla.


jueves, 10 de noviembre de 2011

De lo prostibulario y lo carcelario

¿Qué está pasando que tantas chicas prefieren un chico que las trate como un chulo a un chico que les lleve flores a la puerta?

¿Por qué las chicas de uniforme tienen esa prisa por sexualizar su vestimenta y se suben casi todas tanto la falda, tengan las piernas como las tengan, mientras que los chicos de uniforme, más libres de prejuicios, no sienten la necesidad de masculinizar más su vestimenta marcando bíceps o paquetillo?

¿Qué padres descerebrados son esos que les compran a sus hijas aún impúberes unas muñecas que visten como zorronas experimentadas?

¿De dónde ese odio de tantos a las princesas,  a los príncipes, al color rosa, al novio enamorado, a Walt Disney, sin ofrecernos nada mejor a cambio?

¿Por qué los chicos se empeñan en vestir como presidiarios cuando podrían vestir como príncipes?

¿Qué estúpido les ha metido en la cabeza que, cuidando su cuerpo sin cultivar su espíritu, ligarán más?

¿De dónde ese desprecio por la cortesía, las buenas maneras, la galantería, el romanticismo?

No estoy reivindicando lo cursi, sino lo noble y elevado. Pero, si no tuviera más remedio que elegir entre, por un lado, lo cursi, lo ingenuo, lo pijo y, por otro, lo soez, lo cani y lo resentido, me quedo sin duda con lo primero.

Palabra de profesor experimentado.

martes, 8 de noviembre de 2011

La alfombra voladora

Uno de los juegos más divertidos que conozco es poner en el suelo una manta (que, por cierto, era negra con rayas de color naranja, aún la recuerdo), sentarnos en ella cuatro o cinco niños y que mi hermano Timoteo, que tenía mucha fuerza, el que ahora impone las manos a los melones, tirase de ella a toda mecha. Es como volar sobre una centella para encerar el suelo. Como además la disposición de las habitaciones permitía dar una vuelta por la casa, el paseo era infinito. Nos recuerdo a los niños agarrados unos a otros para no salirnos de la escueta y maravillosa superficie deslizante y jaleando al dorado arrastrador que nos proporcionaba ese increíble regalo y que gracias a nosotros se iba poniendo cada vez más fuerte y más guapo.

Había una esquina peligrosa, donde se alzaba un jarrón de barro pintado en azul y gris, que tenía de las asas colgando unos aros enormes. La cola de la centella humana solía darle con tan mala fortuna, que el jarrón entero se caía y se partía y, entonces, José Miguel, mi hermano mayor, tenía que recomponerlo con pegamento. Era el jarrón más recompuesto del mundo. No había parte por donde no se hubiera partido. Sus costuras eran testimonio de la felicidad infantil que aún hoy a mis hermanos y a mí nos sigue acompañando.

A mis amigos les gustaba venir a mi casa porque en ella había vida y alegría. En las casas de otros había moqueta y había que descalzarse para entrar y uno no podía hacer allí nada más que ver la tele.

Mi madre era la artífice de toda esa alegría que aún llevo dentro.

Gracias a todos los artífices de la alegría en las casas. Por ellos, los niños son ahora hombres y mujeres buenos y felices que nos hacen la vida más buena y feliz.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Anoche, cuando dormía

Anoche soñé que los negros de los semáforos tomaban el poder. Iban en coches grandes de cristales oscuros tras los que solo se les distinguía el blanco de los dientes y de los ojos.

Por aquellos días andaba yo explicándoles a mis alumnos en clase la alegoría platónica según la cual el alma es un auriga que guía una biga de dos caballos, el blanco de las pasiones y el negro de los apetitos. El negro es poco dócil y, si uno se descuida, nos precipita al barranco. Eso les decía yo a los alumnos y entonces me denunciaron por racista. Por lo visto,las nuevas leyes dictadas por los negros se proponían erradicar la marginación histórica del color negro en el arte, la filosofía, la ciencia... Y entonces me encerraron en unas mazmorras que, de pronto, había en las Atarazanas de la ciudad.

Allí había humedad y ratas y yo estaba aterrorizado. Pero quiso Dios que el jefe de los carceleros fuera Patricio, mi negro del semáforo, que me había reconocido y ya no vendía rosarios.

Por la noche, cuando todos dormían, entró en mi mazmorra, me despertó dándome en el costado y, tras untarme la cara de betún, me sacó de allí y me llevó hasta el río.

Nos montamos los dos en una barca donde remaba una mujer tan, tan, tan rubia, que en la noche nos alumbraba a los dos con su pelo. No sé cómo, pero yo sabía que aquella mujer era la novia de Patricio, pero que lo mantenían en secreto porque no estaba bien visto que un negro se enamorara de una mujer tan sumamente rubia.

Me fui con ellos por el río y dejamos la ciudad a lo lejos, cuando ya amanecía. Ellos iban agarrados de la mano, mientras yo contenía las lágrimas porque dejaba atrás a los míos mientras me adentraba en un bosque oscuro.