miércoles, 27 de abril de 2011

Sueño de metralleta y escalas

Esta noche he soñado que dormía en un hotel y me despertaban gritos y llantos que venían de la primera planta. Salí al pasillo; respiré en el aire la angustia, el desamparo, la desesperanza; y no sé si porque me lo dijeron o porque lo intuí, supe que un hombre poseído por una presencia maligna sembraba sangre y condena allí abajo. Derribaba de una patada la puerta de cada habitación y gritaba:: "¡El alma o la vida!" Algunos preferían morir y entonces se oían los trallazos de las balas; pero otros, como no creían en el alma o temían la muerte más que amaban la vida, se la entregaban aunque tuvieran que ser sus vasallos. Y entonces se volvían como él y él les ponía en la mano una metralleta para que lo ayudaran en su misión. Y cada vez eran más y más malvados y horribles y rápidos.

Desde el quinto piso, yo los oía dar patadas a las puertas, disparar, subir a toda prisa las escaleras. Un frío glacial les precedía. Nunca he tenido tanto miedo, tanta urgencia de escapar y, a la vez, tantas dificultades para ello, porque tenía que alarmar a los míos, que eran muchos y en habitaciones contiguas, y no me daba a tiempo a llamar a todas las puertas, sacarlos de las camas, arrastrarlos por los pasillos oscuros y cada vez más estrechos. Con aquella negra milicia de hombres armados pisándonos los talones, siempre con el miedo de verlos salir de un rellano, de una puerta o de un ascensor, logramos llegar a la terraza, donde respiramos una brisa que nos desentumeció los miembros. Y entonces, oh, entonces, allí arriba nos encontramos cara a cara con la esperanza, porque comenzaron a caer del cielo unas escaleras de cuerda y bambú, largas, oscilantes, sostenidas por los brazos robustos de unos ángeles con corazas de plata que nos urgían a subir sin demora (algunos, por cierto, tenían la cara de algunas personas que me estáis leyendo y que no conozco en persona, y el cuerpo que en sueños os he asignado era muy hermoso y rezumaba bondad y fortaleza).

En ese momento los hombres armados llegaron a la terraza. Más que sus armas, lo que más me ha angustiado ha sido la expresión fría de su semblante, el desprecio lagrimeándoles en aquellos ojos que eran agujeros negros tragándose todo todo lo luminoso. Con brazos de hierro, sin un solo temblor, apuntaban con sus metralletas hacia nosotros, que éramos muchos y subíamos por las angélicas escalas hacia arriba, hacia no sabíamos dónde, cada vez más cerca de las nubes, y los ángeles detenían con las palmas de sus manos las balas para que no nos atravesasen. O quizá es que ya habíamos muerto y aquellas escaleras nos conducían al cielo. En cualquier caso, ¡qué alegría más grande no haberles entregado el alma!

Cuando ya había subido varios peldaños, me he despertado con una gran paz y muchas ganas de comerme el mundo y de taponar las metralletas y las bocas sucias con pétalos de flores. Y os lo quería contar: la vida es mucho más agradable sabiendo que, a pesar de que nos amenacen con metralletas, siempre penden del cielo escalas para salvarnos, aunque eso suponga morir.

lunes, 25 de abril de 2011

Prepúber

Tendría yo unos diez años cuando cayó en mis manos una revista donde se anunciaba una pastilla contra el insomnio. El anuncio mostraba una fotografía de una cama en penumbras y en ella un hombre con el torso desnudo me miraba con los ojos tristemente abiertos, mientras su mujer dormía plácida de espaldas a él.
Yo no sé qué me inspiraba aquella imagen, pero no podía dejar de mirarla. La guardé bajo toda mi ropa y cuando llegaba de clase, la miraba a hurtadillas como intentando desentrañar un misterio. Y cada vez la escondía más al fondo del armario, para intentar alejarla de mí, pero cuanto más la escondía, más intenso era el deseo de volver a contemplarla. Estuve atado a aquellos ojos muchos días hasta que un día se lo confesé a mi madre, que me aconsejó deshacerme de la revista para estar más libre. Le hice caso, sin pensarlo mucho, porque hay cosas que uno nunca haría si las piensa mucho.

Nunca me han dado un consejo tan bueno.

martes, 19 de abril de 2011

Donde esté un buen nazgûl, que se quite el coche


Me han contado muchas veces que a mis tres años arranqué el Land Rover de mi padre con un montón de niños dentro y lo estampé contra la pared de mi casa, que era fuerte como las murallas de Constantinopla.

Pues bien, a eso se reduce mi relación con los coches.

Siempre me gustaron los androides, las máquinas espaciales, los caballos, los dragones, Mazinger Z y los gigantes, pero los coches, ya desde niño, me aburrían. Para que los coches hagan algo (y todo lo que hacen es totalmente previsible), basta con pulsar botoncitos, mientras que los dragones, los caballos, los nazgûl y los centauros... oh, cuántas facultades nos exigen, qué de habilidades y capacidades, qué de músculos y de reflejos tiene uno que tener para manejarlos, domarlos y convertirlos en un músculo más de nuestro cuerpo, qué conocimientos de anatomía mitológica y qué de trucos transmitidos por tradición oral ha de conocer uno, qué sabiduría, en fin, se ha de poseer para montarlos dignamente. No hay carné de conducir dragones porque la sabiduría del montador de dragones no la expide un organismo, sino Dios.

Un coche es una cosa que va muy rápido, pero uno está en él muy quietecito. No mola. No mola.

Cuando alguien en el clan Cotta se compra un coche nuevo, allá que van todos a admirarlo y a tocarlo. Yo me hago el longui, y si no puedo, finjo que me maravilla tanto coche y tanta flamancia. Y un segundo después se me ha olvidado el color y la marca del coche.

El único coche que identifico por la calle es uno de color violeta, muy sucio por dentro, pero quien lo conduce tiene la piel limpia y suave y me lleva en ese coche a las playas rubias para quererme mucho. Por eso son necesarios los coches, que, si no...

sábado, 16 de abril de 2011

Te deseo la primavera

¡No os preocupéis! Hay motivos para la esperanza: la ciudad está cuajada de  azahar y, con esta explosión primaveral, las mujeres se parecen un poco más a las flores y los hombres a los árboles. Y yo ya puedo correr más de veinte minutos sin que se me salga el corazón por la boca.

Que sea primavera también en tu corazón. Por eso, esta noche, cuando te vayas a la cama, túmbate con los brazos en cruz, cierra los ojos, llénate la cabeza de nubes, el pecho de pétalos y la boca de poesía, rueda por la rubia arena o la verde grama, mete estrellas en el cesto, salpícanos con un poco de agua y duérmete con mis bendiciones. Yo te envío toda la salud, toda la alegría, toda la fuerza que Dios me permita darte desde donde estoy, para que despiertes con más alegría que hoy.

Así sea.

jueves, 14 de abril de 2011

Feministas endemoniadas e incendiarias

Si esto de que hay que dar palo lo hubiese dicho Gregorio Peces-Barba en El País a propósito de los homosexuales, los musulmanes o los rumanos, habría muerto políticamente. Pero lo ha dicho de los católicos y su coro le aplaude.

Lo mismo ocurrió en nuestra Segunda República: los políticos echan leña al fuego y la gente quema con ella los templos y, luego, los políticos la justifican diciendo cosas como que la gente estaba ya muy harta o que la Iglesia se lo había buscado. En fin, lo mismo que hasta hace poco se decía para justificar por qué un hombre mataba a su mujer. Del mismo modo, Peces-Barba está dando cancha a  estas feministas insufribles, que el otro día quemaron la puerta de una iglesia y hoy entran como endemoniadas en una iglesia a impedir que la gente rece.

Ahora que a la Iglesia sólo la pagan los que voluntariamente quieren; ahora que la Iglesia tiene cada vez menor influencia social; ahora que la Iglesia con sus iniciativas sociales desde cada parroquia está salvando a España de una revuelta callejera debido a la crisis; ahora que viven en España las generaciones que menos contacto han tenido con la religión, en fin, ahora es más inexplicable que nunca este peligroso anticlericalismo que es más bien cristianofobia porque resurge en forma de un odio hacia todo lo religioso.

Hay muchas razones que la explican. Una de ellas es que criticar el cristianismo vende, da votos y viste de progresista a quien hace una política capitalista. En la Segunda República pasaba igual: ¿cuál era el único elemento común entre la amalgama de partidos de izquierdas? El anticlericalismo. Sólo en eso estaban de acuerdo y les permitía ir de revolucionarios sin meter mano al capital y a la banca.

Pero igual que el problema no son los inmigrantes sino la xenofobia, el problema no son los cristianos, sino la cristianofobia. El problema no es el odiado, sino el que odia.

miércoles, 13 de abril de 2011

Esculpir el cuerpo en el gimnasio

Hay en esto de esculpirse el cuerpo en el gimnasio un deseo de emular a Dios cuando modelaba con barro a Adán y de enmendarle la plana. Es como decirle: "Mira, Dios, no tenías que haberme puesto tanta barriguita, que mira lo que cuesta eliminarla con dietas y ejercicios duros y abdominales. Y, en fin, los pectorales me los pusiste de mantequilla y ahora tengo que ser yo quien los convierta en acero. Y ¿no crees que te pasaste con  el recubrimiento del vello corporal? Mi depiladora se está forrando a costa de tus excesos".

Esculpir el cuerpo con pesas y máquinas es rehacer a nuestro gusto el barro de Adán. Es cierto que cuesta sudor y mortificación, que hay que sufrir más que un asceta en el desierto, que el cilicio y el esparto del ermitaño son una tontada comparados con las mancuernas, las dietas y las palizas corporales del culturista. Pero la sensación de poder que otorga el ser uno, y no la naturaleza o los genes, el modelador de su cuerpo es tan sumamente gratificante, que compensa, aun cuando uno tenga que estropear la salud y la forma natural del cuerpo que con amor nos dieron nuestros padres una noche (o una siesta).

Sin embargo, qué frágil ese coloso de músculos... Un ataque de hemorroides, un virus, un improvisado trombo, una nueva alergia y un sinfín de posibilidades a cual más insospechada y puñetera nos postran en el suelo o en el diván del psiquiatra. Y la torre de músculos se hunde...

Jesús, cuando sudes la gota gorda en el gimnasio, recuerda que estás invirtiendo sudor y sufrimiento en algo que se acabarán comiendo los gusanos. Ejercítalo, pues, no para la vanidad, sino para el amor, para Dios, para la poesía, para proteger al niño y al desamparado, para la resurrección de los cuerpos.

lunes, 11 de abril de 2011

La manía de acortar la infancia

La infancia es la época más feliz, sana y despreocupada. Los niños no discuten de política, ni se enfrentan por cuestiones ideológicas, ni sufren aún por que sus cuerpos no se amolden a los cánones físicos de belleza con que la publicidad nos bombardea. Tampoco tienen que soportar a un jefe ni están cargados de responsabilidades. Si tienen la suerte de contar con unos buenos padres que ni los malcríen ni los atormenten, se dedican a la salud, el amor y la alegría y allá donde van todo el mundo les sonríe, porque el mundo será para ellos.

Y, sin embargo, qué prisa les mete el ambiente para que dejen de ser niños y se sexualicen. Qué manía la de algunas madres por acortarles las faldas a sus hijas. Qué pasividad la de algunos padres cuando sus hijos menores de catorce años se hacen perfiles falsos en el tuenti.

Padres, que no os roben la inocencia de vuestros hijos.

domingo, 10 de abril de 2011

Proyecto Corriente. S.Teresa.con.ciencia.de.amar.

Ayer la compañía teatral Corrientes me invitó a la representación de S.Teresa.con.ciencia.de.amar., en la sala Imperdible, de Sevilla. Para los textos se habían inspirado en mi versión de Teresa, mon amour. Yo creo que les debió parecer un libro fresco y natural sobre una mujer que ellos sabían fresca y natural.

Teresa, mon amour me lo encargó Jabo para rescatar a santa Teresa del papel de Biblia, donde estaba enclaustrada, y presentarla libre, personalísima y actual a todo el mundo, en sus facetas más universales y humanas. Lo que yo hice con el papel lo han hecho ellos mejor sobre la escena. No nos conocíamos, pero apuntamos a la misma estrella. Doy mi libro por bueno si les ha inspirado un poco en esa búsqueda y en ese hallazgo de una obra de teatro audaz, honda, vanguardista y humanísima.

Los felicito porque han tratado la figura de santa Teresa con respeto, soltura y creatividad, sin incurrir en los tópicos de siempre ni en autocensuras limitadoras. No han presentado a una Teresa conventual y mojigata, ni a una reprimida neurasténica, ni a una feminista anacrónica, sino a una mujer especial que cuenta, fuera del tiempo y del espacio, su aventura de amor y sus grandiosas experiencias místicas para el corazón de un hombre enfermo y desesperado que busca la luz tras la muerte. Bravo por ellos.

La puesta en escena es original, sencilla y sorprendente, entre zen, onírica y mística y con un juego sutil, pero revelador, entre la pantalla, el actor y su sombra. Los personajes se suceden en un mismo intérprete y las escaleras son tan pronto cárcel como cruz y ascenso. Y el actor conmueve cuando extiende, bello, ingrávido y sereno, los brazos como un crucificado, y cuando sube las escaleras lo más alto posible y se despide de sus ataduras con el mundo, al encuentro, quizá, de todo aquello de lo que los labios de aquella mujer le han estado hablando.

Ojalá. Así sea.

La relación entre el actor y ella es meramente personal. Y entre ambos existe la compenetración de quienes están transidos de amor. Siempre he pensado que, si algo es la verdad, es el amor. Y el intérprete y la directora de la obra lo saben bien.

Les deseo lo mejor y animo a todo el que pueda hoy esta tarde en Sevilla y luego en otras ciudades a ver esta obra original e intensa que a mí me ha tocado el corazón y se me ha quedado grabada para siempre en el recuerdo.

jueves, 7 de abril de 2011

Cuando la Virgen comió con nosotros

Tenía yo cuatro años cuando mi padre invitó a la Virgen a comer a casa. Se dispuso aquel día la mejor mesa, con la mejor cubertería y la más fina mantelería, y mi padre nos exhortó a hablar como los ingleses, que era su manera de decir que no discutiéramos a gritos, como solíamos los seis churumbeles que éramos por entonces.

Sobre la silla reservada a la Virgen, puso mi madre un cojín de terciopelo verde oscuro que mi hermana había bordado para ella.

Tomamos de primer plato gazpacho con uvas, que yo recuerdo grandes como las de la Tierra Prometida.

La comida transcurrió en una sorprendente y anglosajona armonía. Yo no hacía más que preguntarle a mi madre en voz muy bajita cuándo iba a venir la Virgen, porque su plato de gazpacho con uvas seguía intacto.

Guardo de aquel día que nos regaló mi padre un recuerdo perfumado. Una paz muy honda me inunda cuando lo evoco presidiendo la mesa y revolviéndonos los rizos negros que los Cotta teníamos por entonces, mientras mi madre, solícita e incondicional, cuidaba que a nadie le faltara de nada.

Sí, yo creo que, aunque no la vi, la Virgen estuvo allí con nosotros.

Gracias, papá.

miércoles, 6 de abril de 2011

Razones que me han llevado a dejar de fumar

1. Fumar era un placer, pero me aguaba otros placeres. Acuérdate, Jesús, de los pitidos en la garganta, de esa tos al correr; recuerda que para algunos ejercicios tenías potencia, pero no fuelle.

2. Fumar era además un placer menor para mí. Habría sido mayor si yo hubiera fumado cada vez que hubiera querido y no cada vez que mi cuerpo reclamaba su dosis. Si yo hubiera sido señor del cigarro y no su esclavo, habría seguido fumando.

3. Me horroriza la posibilidad del enfisema.

4. Comencé a fumar cuando no estaba contento con mi vida. Fumar fue una compensación tonta que me di a mí mismo. Pero ahora que hago y soy lo que quiero, ¿qué necesidad tengo de compensaciones?

5. Fumar a los veinte es normal, porque a uno le sobra salud. Fumar cuando uno tiene un pie en la tumba es también normal, porque ¿para qué quiere uno ya la salud? Pero fumar a los cuarenta es una tontería, porque esa es precisamente la edad en que la salud empieza a no sobrar, sino a faltar, ¡y cuántas cosas hermosas se pueden hacer con esa salud justa que dan la sabiduría del cuasi anciano y la fuerza del cuasijoven!

6. Me gustaba la imagen de mí mismo liándome el pitillo y fumándomelo. Así parecía yo menos buen chico. Lo malo de esa pose es que tras cada pitillo público había una cadena de pitillos tristes, obligatorios, consecutivos e íntimos con que yo me envenenaba día a día. Y, además, ¿para qué quería yo parecer mal chico? Debería ir al psico.

7. Yo conseguía limitar el número de pitillos diarios sólo cuando estaba fuerte de ánimo, pero, cuando tenía un problema o una obsesión que vampirizaba mis fuerzas, ya no podía lidiar yo en dos frentes, el de la obsesión y el del pitillo, sino sólo en el de la obsesión. En la tristeza, no hay fuerzas para lidiar con el número de cigarrillos. Es ese además un triste combate diario.

8. Aunque los efectos positivos de dejar el vicio no son tan buenos ni los negativos tan malos, es liberador tener un apetito menos que satisfacer.

9. Se lo prometí a mi padre cuando estaba agonizando.

10. Por experiencia sé que, si después de varios días aguantándome las ganas me fumo un cigarro, no ocurre como con el sexo, que uno se lo pasa en grande de tanta espera y de tanto deseo, sino que es, sencillamente, decepcionante: ¿para esta porquería de sensación tanto sufrimiento?

lunes, 4 de abril de 2011

Consejos para féminas y másculos

A propósito de la muerte de Elizabeth Taylor, no sé cómo, la conversación entre mis compas de trabajo derivó hacia los defectos del varón. Como en mi curro hay más trabajadoras que trabajadores, yo era el único representante del másculo, y he aquí que las féminas, todas al unísono y por aclamación, concluyeron que el principal defecto del másculo es que no sabe escuchar, que no le interesa lo que la mujer tenga que contarle, lo que revelaba egoísmo y cerrazón e incapacidad congénita de amar y ponerse en el lugar del otro. ¡Lo decían todas con una amargura y con un deseo de que no fuese así!

Como yo estaba tan calladito escuchándolas, todas me dijeron que yo tenía toda la pinta de ser de esa franca minoría de varones que sabe escuchar. No supe si tomármelo como un cumplido o como una manera indirecta de decirme que en ese aspecto yo no era muy masculino. Entonces he aquí que llegó otro másculo a la conversación y, en cuanto se enteró de qué iban los tiros, él se quejó de ese afán que ellas tienen por controlar la vida de ellos, qué camisas se ponen, qué hacen en su tiempo libre, qué están pensando en ese momento, que si depílate esa ceja, que si no has doblado bien la camisa, que si pídele al jefe un aumento de sueldo, que si acuéstate con pijama... Coño, déjame vivir. Y que por eso los hombres acaban buscando a veces la compañía de otros hombres que no sean tan pejigueras y tiquismiquis y controladores.

Así que, varones, ya sabéis: atended a la rosa, sea ella el centro del universo mientras esté contigo, y, mujeres, al pajarito dale mimos, pero no le pongas barrotes.

Y, en fin, Ryanair nos gastó a todos una inocentada. ¡Y como yo han picado algunos! Me alegro por los niños y el hombre.

domingo, 3 de abril de 2011

Ryanair y los niños

Hoy he visto a una mujer pasear un perro con el pelo teñido de rosa. ¡Animalito!

Otra ha entrado con su perrito en brazos en la panadería. Y me ha dado un poco de asco comprar allí el pan.

Mientras tanto, Ryanair ofrece vuelos libres de niños a clientes con vocación de Herodes. Nadie ha protestado por ese racismo selectivo contra esa parte de la humanidad que todos hemos sido. Si dentro de poco Ryanair ofrece vuelos libres de feos o de ancianas con olor a pipí o de hombres pegados a sus móviles o de niñatos con cadenas de oro o de furcias que mastiquen chicle con la boca abierta, no se extrañen ustedes: es el regreso del segregacionismo. Y, aquí entre nosotros, todos los hombres que he conocido que no soportaban a los niños eran insoportables y misántropos. No soportar a los niños es no soportar a los hombres.

Me dan ganas de pedirle a Ryanair la lista de las personas que quieren vuelos sin niños, para asegurarme de que nunca me toque volar con ellos.

Por cierto, ¡ya puedo correr más de diez minutos rapidito sin que se me salga el corazón por la boca!