viernes, 7 de noviembre de 2008

Aconsejario

En las primeras comuñones
Durante esos días, los niños están tan pendientes del acontecimiento espiritual que van a vivir, que es necesario bajarlos, angelitos, a la realidad terrenal y preguntarles, pidiendo previamente disculpas por ser tan materialista, qué regalo material desean recibir para celebrar tan grandioso día. Seguramente ellos responderán que su mejor regalo ese día es recibir a Cristo (¿y para quién no?) y que, por ende, renuncian desde ese día a las pompas del mundo, mientras miran con devoción al cielo y por la ventana una luz les nimba los tirabuzones. Otros responderán que cuanto reciban lo entregarán a los pobres (en ese caso lo mejor es regalarles comida). Eso es lo habitual.
Por todo ello hay que preguntar a los padres qué regalar a los hijos. Si los padres piden un pisito o una cubertería de plata, hay que recordarles que su hijo va a hacer la primera comuñón, no a casarse. Hay que desconfiar de los padres que piden como regalo para el hijo la colección completa de las películas de Hitchcock o un nuevo motor para su lancha acuática o una pluma Mont Blanc: seguramente esos regalos no serán para el hijo. A veces el padre envía a un representante para hablar con los que van a asistir a la ceremonia y éste nos asegura que el mejor regalo es que le compremos acciones de su empresa o que invirtamos en no sé qué negocio. En ese caso, cuidado: hemos topado con una familia de mafiosos. En caso de que la familia le invite a usted a una nave espacial, acuda usted al psiquiatra: sufre usted un cuadro de esquizofrenia.
En cuanto al protocolo que se debe seguir en la ceremoña, una norma básica es vestir saco y ceniza o con un hábito cartujo o del Carmen. Los padres estarán encantados, pues seguramente serán ellos tan religiosos como el que más. Además, si habéis hecho al niño un regalo caro, quedaréis la mar de bien porque dirán: “Pobrecillo, no tiene ni para vestirse y le ha regalado al niño un reloj de oro”.
Por último, todo esto vale también para los bautizos. Pero si es el bebé el que le pide a usted el regalo, deje de tomar ácido o acuda al psiquiatra.
En cuanto al traje de primera comuñón, el protocolo no tiene nada que añadir al buen gusto habitual con que la gente viste a los niños.

10 comentarios:

Juanma dijo...

Tanto al nacer, como en su bautizo, la familia y mis amigos me preguntaban qué necesitábamos para mi hijo. Yo les dije, por activa y por pasiva, al derecho y al revés, en griego y en latín, que el niño estaba perfectamente abastecido de todo salvo de alguna botellita de Cardhu y de algunos libros (que leía de una pequeña lista que hice).
Pero no hubo forma, querido Jesús...
Un fuerte abrazo.

Juan Antonio González Romano dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Juan Antonio González Romano dijo...

Yo he visto cómo algunos comuñonarios han tenido que aceptar, estoicos, un viaje a Disneyland París con tal de que les dejen hacer la comuñón. Pobrecitos.

José María JURADO dijo...

Siempre pienso, ay, en Rimbaud

Las primeras comuniones

I
¡Hay algo más estúpido que una iglesia de pueblo
en la que diez mocosos, pegados a los muros,
oyen, cómo ganguea bisbiseos divinos
un negro estrafalario, cuyos choclos fermentan:
mientras, el sol despierta, perforando el follaje,
los colores añejos de las toscas vidrieras!

La piedra huele siempre a la tierra materna.
Podréis ver montoneras de cascotes terrosos
en la campiña en celo que, inmensa, se estremece,
junto al trigo preñado, por los senderos ocres,
con arbustos canijos donde la endrina grana,
––nudos de zarzamora, rosales cagaleros.

Cada cien años hacen que estas granjas sean dignas
gracias a un encalado de agua azul y de leche
y aunque podamos ver misticismos grotescos
junto a Nuestras Señoras o al santo disecado,
moscas que huelen bien, a taberna o a establo,
se atiborran de cera en el suelo con sol.

El destino del niño está en casa, familia
de ingenuos menesteres y estúpidos trabajos;
y se van, olvidando que su piel hormiguea
donde el Cura de Cristo hundió sus fuertes dedos.
Y al Cura se le paga un emparrado umbroso
para que deje al sol estas frentes morenas

El primer traje negro, el día de las tartas,
bajo Napoleón y el Niño del tambor,
estampas de colores, donde Josés y Martas
sacan la lengua con un amor excesivo,
y más tarde, dos mapas del día de la ciencia
éstos son los recuerdos que quedan del Gran Día.

Las chicas llegan siempre contentas a la iglesia:
les gusta que los chicos la traten de putillas,
y adoptando unos aires... después de Misa y Vísperas,
ellos, predestinados al garbo cuartelero,
en el café, desprecian las casas honorables,
bien vestidos, bramando espantosas canciones.

El Cura, sin embargo, selecciona dibujos
para la infancia y, cuando, a su patio, de noche,
llegan los soniquetes lejanos de los bailes,
siente a pesar del cielo y de sus prohibiciones
cómo el ritmo le arrastra las piernas y los pies.
––La Noche negra arriba, pirata en cielo de oro.

II
El Cura ha distinguido entre los catequistas,
venidos de Suburbios o de Barriadas Ricas,
a esta desconocida, pequeña y de ojos tristes,
frente amarilla y padres mansos como porteros.
«Y el Gran Día, eligiéndola entre los Catequistas,
Dios hará que sobre ella nieve el agua bendita.»


III
La noche del Gran Día, la niña cae enferma.
Mejor que en la alta Iglesia de fúnebres rumores,
llega el escalofrío ––la cama es un buen sitio––,
un temblor sobrehumano persistente: «¡Me muero!»

Y robando su amor a sus necias hermanas,
va contando, abatida, las manos sobre el pecho,
Ángeles y Jesuses, y sus brillantes Vírgenes...
y su alma, lentamente bebe a su vencedor.

¡Adonai!... En el eco de los nombres latinos,
cielos de moaré verde bañan Frentes bermejas,
y manchados con sangre de los celestes pechos
grandes tules de nieve caen sobre los soles.

––Y para sus purezas presentes y futuras
mordisquea el frescor de tu eterno Perdón
pero, más que el nenúfar, más que las mermeladas,
tu perdón está helado, ¡oh Reina de Sión!

IV
Luego, la Virgen es sólo virgen de libro.
Los arrebatos místicos se quiebran tantas veces...
Y llega la pobreza de la estampa, que dora
el tedio, el color atroz y las viejas maderas.
Leves curiosidades, ligeramente impúdicas,
atormentan el sueño de azules castidades
que nace al rededor de las celestes túnicas
de tul con que Jesús vela su desnudez.

Sin embargo, se empeña, con el alma angustiada,
con la frente en la almohada que perforan sus gritos,
en prolongar los brillos de ternura suprema,
y babea... Las sombras llenan casa y corrales.

La niña ya no aguanta, y se agita combando
la espalda: con la mano corre el dosel azul
para que la frescura de la alcoba penetre
la cama, hasta su pecho y su vientre que arden.

V
De noche, se despierta; la ventana está blanca;
en el ensueño azul del visillo inlunado,
la visión del domingo la arroba en su candor;
su sueño ha sido rojo. Sangra por la nariz;

y al sentirse muy casta y demasiado débil,
para saborear un Amor que renace,
tiene sed de la noche en la que se alza y cae
el alma, bajo el ojo de un cielo adivinado;

tiene sed, Virgen Madre impalpable, que baña
los jóvenes temores con sus silencios grises;
sed de la noche ardiente en la que corazón roto
derrama sin testigos su rebelión sin gritos.

Su estrella pudo verla, con la vela en la mano,
haciéndose la víctima y la joven esposa,
bajar al patio donde una blusa se orea,
despertando, cual ánima, los duendes del tejado

VI
Pasó su noche santa metida en las letrinas.
El aire se colaba, blanco, por la techumbre
hasta su vela, y parras vírgenes color púrpura
caían, en cascadas, desde el corral de al lado.

La ventanita era un corazón de luz
en el patio, y el cielo pintaba de oros rojos
los cristales; el suelo, que olía a lavadero,
cargaba con la sombra del muro, negros sueños.

... ... ... ...

VII
¿Quién dirá estos desmayos y este fervor inmundo,
y el odio en que se cambian más tarde, ¡sucios locos!
cuyo empeño divino deforma el mundo, incluso,
cuando la lepra, al fin, se coma el dulce cuerpo?

... ... ... ...

VIII
Y, cuando hayan pasado, estos nudos de histeria,
verá, bajo los tedios de la felicidad,
al amante que sueña en el blanco millón
de Marías, tras la noche de amor, con dolor:

«Te has muerto en mí, ¿lo sabes? He cogido tu boca,
tu alma, cuanto tenemos ––todo cuanto tenéis.
Pero yo estoy enferma: ¡quiero que me recuesten
con los Muertos saciados por las aguas nocturnas!

»Era joven y Cristo me ha ensuciado el aliento.
Me colmó hasta el gaznate de amarguras y de ascos.
Besabas mis cabellos profundos como lanas,
yo me dejaba hacer... ¡Cómo os gusta besarlos,

»hombres!, que no pensáis que la más amorosa
es, bajo su conciencia de pavores ignobles,
la más prostituida y la más angustiada,
que el impulso hacia el Hombre es siempre torpe error.

»Mi Comunión está tan pasada, tan lejos...
Pero tus besos, nunca he podido acogerlos:
y mi amor, y mi carne, por tu carne abrazada
hierve aún con el beso pútrido de Jesús.»

IX
Y el alma corrompida y el alma desolada,
verán cómo chorrean tus negras maldiciones.
––Y se habrán acostado sobre tu Odio intocable,
libres, para la muerte, de las pasiones justas

¡Cristo! ¡Cristo! ladrón eterno de energías,
Dios, que durante siglos ungiste a tu tristeza,
remachada a la tierra, de oprobio y cefalalgia,
o arrastrada, la frente de la hembra del dolor.

Julio de 1871
Libellés : Arthur Rimbaud

Jesús Cotta Lobato dijo...

Me he tenido que reír con Juanma y con Juan Antonio. El poema de Rimbau es terrible. Pero yo sólo quería hacer reír sin denostar esa tradición que a mí me parece hermosa y que yo recuerdo con mucho cariño. Un abrazzo

Yo misma dijo...

Yo la recuerdo con angustia.Me aseguraron las monjitas que Cristo entraría en el pan y yo, asustadísima, me lo imaginaba bajando de la cruz y entrando del tirón,echando su sangre en la copa ( Dios, qué pánico) sudaba la gota gorda, de verdad. Luego, todas en filas con nuestros casquetes,recibíamos besitos de todo el mundo, yo no entendía muy bien por qué, la verdad es que nunca quise hacer la comunión, porque estuve dos días castigada por preguntar, después de que me dijeran que Dios era uno y trino, que quién era la abuela de Dios. Con 6 años, me dediqué a preguntar a las monjas catequistas sobre Cristo y de ahí salté a su padre,que me dijeron que era el hijo y la Virgen la madre, que era de Cristo pero no de Dios,que también era el mismo y después pasé a preguntar por la familia paterna...En fin, que me echaron al pasillo con el consiguiente escarnio público sobre mi inmadurez.Pensé que si ellas no se aclaraban, era que había gato encerrado y para colmo había visto una película de fantasmas.Total, que pasé un miedo tan, tan grande, que cuando todo acabó me quité el traje prestado, me puse mi ropa de diario y me tiré al suelo con mis hermanos a jugar con nuestros muñequitos, fue lo mejor del día, ni regalos ni nada.
Por cierto, me fui a la parroquia dos o tres días después de la comunión para ver si me enteraba de cómo acababa la genealogía de Dios y después de pasar toda la tarde escuchando rosarios, dos misas y otras cosas que no recuerdo, le dije a mi madre que me buscaba como loca por toda la calle y me vió sentada en un banco de la iglesia: "Mamá, esto no tiene sentido" Mi madre que no me agobiara, que ya lo entendería cuando fuese mayor y confiando en lo que me decía, seguí viviendo mi niñez.Pero siempre preferiré al niño Jesús de mi portal, al menos controlaba toda su familia...

Jesús Cotta Lobato dijo...

Querida yomisma: lástima que lo pasaras mal en tu cumpleaños. Menos mal que no has renunciado al niño Jesús. Un beso

Jesús Cotta Lobato dijo...

En tu comunión quería decir. Creo que todos hemos vivido momentos de la infancia con una intensidad que sólo entiende el niño que queda dentro de nosotros.

Anónimo dijo...

Yo recuerdo que, más que temor, sentía respeto, como cuando alguien muy importante venía a tu casa y tenía que estar todo presentable y ordenado.
Por cierto, ¿no fue Rimbaud el que dejó la poesía y se hizo traficante de armas?

Jesús Cotta Lobato dijo...

A mí me pasó lo mismo que a Reyvindiko. Me gusta la metáfora que usa para explicarlo